LA CAMPAÑA DE SIRIA
La Batalla del Nilo
Como
temía Napoleón, Nelson sorprendió en Abukir a la flota francesa, cuyos
marineros se hallaban en tierra. El almirante Brueys d'Aguiller ordenó el
embarque y zafarrancho de combate. Contaba con trece navíos de línea: una de
120 cañones (el buque insignia, Orient), tres de 80 y nueve de 74, más cuatro
fragatas. La flota de Nelson la formaban catorce navíos de línea, trece de 74
cañones y uno de 50.
Brueys
había alineado sus barcos en paralelo a la costa con objeto de arriesgar sólo
un flanco al fuego enemigo, pero con el inconveniente de que podría usar la
mitad de sus cañones. Nelson, al ver la situación, alineó sus barcos en doble
fila y los lanzó contra el flanco izquierdo francés. Cada navío galo fue
emparedado, recibiendo las andanadas de al menos dos buques británicos.
Sobrepasaron las líneas francesas y les atacaron por su flanco desprotegido.
El
viento del norte impidió al resto de la flota francesa maniobrar para acudir en
ayuda de los atacados. En un principio, el Orient de Brueys y el Guilleaume
Tell de su adjunto Villenueve (el mismo que más adelante dirigirá la flota
franco-española en Trafalgar) quedaron fuera de la batalla. A las tres horas de
combate, la mitad de los buques galos había sufrido daños irreparables. El
resultado final fue desastroso para los franceses. Murieron 1.700 marinos
—entre ellos el propio Brueys—, 600 resultaron heridos y 3.000 fueron hechos
prisioneros. Las bajas británicas, en cambio, ascendieron a 218 muertos y 600
heridos. De la flota francesa sólo escaparon al desastre dos buques de línea y
dos fragatas. Tras la batalla, Nelson puso rumbo a Nápoles con sus tropas. La
anécdota es que la noticia de la victoria tardó en llegar a Londres, porque el
barco que regresaba a la capital británica con los despachos de Nelson fue
capturado por un navío francés.
La campaña de Siria
En
un mes Napoleón se había hecho con el control del país: Kléber dominaba el
delta del Nilo; Menou había tomado el puerto de Rosetta; Desaix perseguía a los
mamelucos en el Alto Egipto; mientras que los sabios, remontando el río,
exploraban Asuán, Tebas, Luxor y Karnak. Sin embargo, la situación se había
complicado tras la derrota de Abukir.
El
imperio otomano pactó con los británicos y declaró la guerra a Napoleón. Por si
fuera poco, el creciente rechazo egipcio desembocó en una sangrienta
sublevación en El Cairo que costó la vida a 300 franceses. La revuelta terminó
cuando Bonaparte apuntó sus cañones contra la mezquita de El-Azhar. Había
vencido, pero los pillajes, las violaciones y las ejecuciones masivas sólo
sirvieron para aumentar el odio contra los franceses y por extensión contra sus
aliados, los cristianos coptos y ortodoxos de Egipto.
Napoleón
se hallaba aislado. Al no disponer de su flota no podía recibir suministros de
la metrópoli. No obstante su ejército estaba intacto y decidió seguir con sus
planes de conquistar Palestina y Siria como paso previo en su camino hacia la
India, donde tenía previsto llegar en la primavera de 1800. En febrero del año anterior,
poco después de que Desaix redujera los últimos focos mamelucos en Asuán,
Napoleón partió hacia Siria al frente de 13.000 hombres. Su primer objetivo era
acabar cuanto antes con Djezzar Pacha —que estaba formando un ejército para
reconquistar Egipto—, porque había recibido noticias de que los británicos
pretendían desembarcar en su retaguardia a un contingente otomano. Pero no lo
iba a tener fácil.
Atravesar
el desierto del Sinaí supuso una difícil prueba que mermó la fuerza de sus
hombres. El-Alrich fue tomada, pero tras diez días de combate. Poco después, en
Jaffa volvieron a retrasarse sus planes por la fuerte resistencia de la
guarnición otomana. Cuando esta se rindió, los franceses comprobaron que era la
misma que dejaron libre en El-Alrich bajo promesa de no volver a tomar las
armas. Por si fuera poco, se desató una epidemia de cólera que empezó a causar
estragos entre la tropa francesa.
Una
vez tomada Haifa sin resistencia, Napoleón, camino de Damasco, se dirigió a San
Juan de Acre, viejo fortín de los cruzados. De nuevo los hombres de Djezzar
Pacha ofrecieron resistencia. Napoleón sitió la ciudad. En una ocasión los
franceses pudieron atravesar los muros y entrar en San Juan de Acre, pero las
tropas de Djezzar repelieron el ataque. Los defensores contaban con el apoyo de
la flota británica, que les suministraba víveres y munición. Uno de los hechos
dramáticos del asedio fue que Djezzar Pacha, apodado el carnicero, mandó
degollar a los cristianos de la ciudad como venganza.
Mientras
combatía en San Juan de Acre, Napoleón desplegó distintas unidades por
Palestina para hacerse con los puntos vitales de la región. Junot tomó Nazaret,
pero tuvo que abandonarla para acudir en ayuda de Klébar, sitiado en el monte
Tabor. Su apoyo iba a servir de poco, porque ambos contingentes sumaban 2.000
hombres frente a 25.000 árabes. Durante seis horas soportaron con valor sus
ofensivas. Por suerte, cuando todo parecía perdido, irrumpió Napoleón con sus
cañones y caballería y resolvió el peligro en media hora.
A
continuación lanzó un nuevo ataque contra San Juan de Acre. Logró atravesar la
primera línea de murallas, pero la segunda resultó infranqueable. En la acción
estuvo a punto de morir el general Lannes. La falta de víveres y la
desmoralización obligaron a Napoleón a levantar el cerco tras 62 días de
asedio. El camino de vuelta a Egipto fue muy duro, por falta de agua y el
continuo hostigamiento de las partidas árabes. Tuvo que abandonar a una
treintena de sus hombres en estado terminal.
Pérdida y reconquista de Abukir
Napoleón
llegó a El Cairo con 5.000 hombres menos. Sin posibilidad de recibir
suministros y habiendo fracasado la campaña de Siria, se convenció de que
llegar a la India era imposible. Por otro lado, la situación se iba
deteriorando en Egipto. Crecía el malestar entre los agricultores egipcios por
los excesivos impuestos, mientras las posiciones francesas diseminadas por el
territorio y sus vías de comunicación eran continuamente hostigadas por
partidas mamelucas.
Batalla de Abukir |
Mientras
esto ocurría, se estaba formando en Europa la Segunda Coalición para atacar a
una Francia debilitada por tensiones políticas internas. Napoleón, viendo que
no obtenía ningún rendimiento de la campaña egipcia y que estaba lejos de la
metrópoli, temió quedarse al margen de un nuevo reparto de poder. Decidió
regresar cuanto antes, pero cuando estudiaba la forma de hacerlo, recibió la
noticia de que Nelson estaba cañoneando las defensas francesas en Abukir.
Había
desembarcado un contingente otomano de 15.000 hombres bajo las órdenes de
Mustafá Pachá que aniquilaron al batallón del general Marmont. Napoleón envió
en su ayuda a 300 hombres que corrieron la misma suerte. Sintiéndose atrapado y
sin posibilidad de retirada, ordenó que todas las tropas diseminadas en Egipto
se reagrupasen para ser repatriadas. Pero antes era necesario recuperar Abukir.
Mustafa Pacha |
Una
vez reagrupado el ejército de Egipto, decidió atacar. Situó a los hombres de
Lannes en el flanco derecho, a Kléber en el centro, a Desaix y Murat en la
izquierda y a Davout en reserva. El ataque empezó con fuego artillero contra
los buques anglo-otomanos, a los que obligó a retirarse. Una vez sin cobertura
naval, Napoleón ordenó atacar, pero lo que no esperaba era que la resistencia
otomana hiciera fracasar las cargas de Desaix y Murat.
Cuando
Napoleón discutía con Desaix los planes a seguir, el pachá salió con sus
hombres de sus posiciones y mandó cortar la cabeza de todo francés con que se
topasen, estuviese vivo, muerto o herido. Tal espectáculo, en lugar de provocar
el terror esperado, desató la ira de los franceses, que cargaron a la bayoneta.
Lo hicieron de forma desordenada, pero la rabia les llevó a desbordar las
posiciones otomanas en una guerra sin cuartel.
El
pachá se hizo fuerte en el último bastión. Tras duros combates, la caballería
de Murat logró tomarlo. Al capturar al pachá, Murat le amputó tres dedos de un
sablazo, advirtiéndole que le seccionaría «partes más importantes» si volvía a
decapitar a sus hombres.
Huida de Napoleón y rendición
francesa
Ante
la imposibilidad de retirarse, Napoleón entregó el mando a Kléber y decidió
regresar a Francia. Partió con sus mejores generales a bordo de la fragata
Muiron, burló el bloqueo británico y llegó a destino. En noviembre de 1799 —el
18 de brumario, según el calendario revolucionario—, daba el golpe de estado
que puso fin al directorio y se encumbraba en el poder. Antes de partir,
Napoleón le dijo a Kléber que resistiera hasta enero de 1800. Si en esa fecha
no recibía refuerzos, munición y víveres de la metrópoli, podía rendirse.
Llegada
la fecha sin haber obtenido ayuda, Kléber pactó la rendición con los otomanos
el 24 de enero en El-Arish. Pero no llegó a buen puerto: los británicos
rechazaron que las tropas francesas fueran evacuadas.
La
situación se fue complicando. En primavera, una sublevación popular les expulsó
de El Cairo, mientras los mamelucos continuaban hostigando sus posiciones
militares. Aun así, Kléber, con un ejército desmotivado, minado por el cólera y
sin munición suficiente, derrotó en Heliópolis al contingente otomano que se
disponía a reconquistar Egipto. Además recuperó El Cairo, donde aplicó una dura
represión.
Pero
el 14 de junio fue asesinado por un joven musulmán, Solayman al Halabi. Le
sustituyó al mando el general Menou, un pintoresco personaje que había tomado
una egipcia como esposa y se había convertido el Islam. Menou pretendía hacer
de Egipto un estado independiente bajo protectorado francés, lo que los
británicos no admitieron. Éstos, a las órdenes del general Abercrombie,
desembarcaron en Abukir y derrotaron a los franceses. Menou capituló al verse
asediado en Alejandría. Los británicos se hicieron con todos los hallazgos del
comité de sabios, incluida la piedra Rosetta. Cuando se entregaron los últimos
reductos, uno de cada tres franceses de la expedición original había muerto.
piedra roseta |
Los
historiadores no se ponen de acuerdo sobre el motivo de la aventura egipcia de
Napoleón. Para unos, era viable el plan de tomar Egipto y Oriente Próximo y,
desde allí, lanzarse a la conquista de la India para ahogar al Imperio
Británico. Para otros, lo único que ansiaba Napoleón era emular a su admirado
Alejandro Magno e incrementar su popularidad para acceder al poder, lo que
logró pese al fracaso de la operación. Napoleón perdió infructuosamente en
aquellas tierras a lo mejor de sus ejércitos, aunque ello tampoco le impidió
conquistar Europa. Pasados dos siglos, quizá lo único positivo de aquella
aventura, aunque no fuera el objetivo de Napoleón, es que sirvió para que
Europa redescubriera las maravillas del antiguo Egipto y se diera un serio
impulso a la Egiptología.
Napoleón Bonaparte |
AUTOR
Milagritosde Fatima AcuñaVillanueva para ABC de la Historia
VISITE NUESTRO SITIO
https://www.facebook.com/AbcDeLahistoria
No hay comentarios:
Publicar un comentario