lunes, 24 de septiembre de 2012


LA CAMPAÑA DE SIRIA

La Batalla del Nilo

Como temía Napoleón, Nelson sorprendió en Abukir a la flota francesa, cuyos marineros se hallaban en tierra. El almirante Brueys d'Aguiller ordenó el embarque y zafarrancho de combate. Contaba con trece navíos de línea: una de 120 cañones (el buque insignia, Orient), tres de 80 y nueve de 74, más cuatro fragatas. La flota de Nelson la formaban catorce navíos de línea, trece de 74 cañones y uno de 50.

Brueys había alineado sus barcos en paralelo a la costa con objeto de arriesgar sólo un flanco al fuego enemigo, pero con el inconveniente de que podría usar la mitad de sus cañones. Nelson, al ver la situación, alineó sus barcos en doble fila y los lanzó contra el flanco izquierdo francés. Cada navío galo fue emparedado, recibiendo las andanadas de al menos dos buques británicos. Sobrepasaron las líneas francesas y les atacaron por su flanco desprotegido.

El viento del norte impidió al resto de la flota francesa maniobrar para acudir en ayuda de los atacados. En un principio, el Orient de Brueys y el Guilleaume Tell de su adjunto Villenueve (el mismo que más adelante dirigirá la flota franco-española en Trafalgar) quedaron fuera de la batalla. A las tres horas de combate, la mitad de los buques galos había sufrido daños irreparables. El resultado final fue desastroso para los franceses. Murieron 1.700 marinos —entre ellos el propio Brueys—, 600 resultaron heridos y 3.000 fueron hechos prisioneros. Las bajas británicas, en cambio, ascendieron a 218 muertos y 600 heridos. De la flota francesa sólo escaparon al desastre dos buques de línea y dos fragatas. Tras la batalla, Nelson puso rumbo a Nápoles con sus tropas. La anécdota es que la noticia de la victoria tardó en llegar a Londres, porque el barco que regresaba a la capital británica con los despachos de Nelson fue capturado por un navío francés.

La campaña de Siria

En un mes Napoleón se había hecho con el control del país: Kléber dominaba el delta del Nilo; Menou había tomado el puerto de Rosetta; Desaix perseguía a los mamelucos en el Alto Egipto; mientras que los sabios, remontando el río, exploraban Asuán, Tebas, Luxor y Karnak. Sin embargo, la situación se había complicado tras la derrota de Abukir.


El imperio otomano pactó con los británicos y declaró la guerra a Napoleón. Por si fuera poco, el creciente rechazo egipcio desembocó en una sangrienta sublevación en El Cairo que costó la vida a 300 franceses. La revuelta terminó cuando Bonaparte apuntó sus cañones contra la mezquita de El-Azhar. Había vencido, pero los pillajes, las violaciones y las ejecuciones masivas sólo sirvieron para aumentar el odio contra los franceses y por extensión contra sus aliados, los cristianos coptos y ortodoxos de Egipto.

Napoleón se hallaba aislado. Al no disponer de su flota no podía recibir suministros de la metrópoli. No obstante su ejército estaba intacto y decidió seguir con sus planes de conquistar Palestina y Siria como paso previo en su camino hacia la India, donde tenía previsto llegar en la primavera de 1800. En febrero del año anterior, poco después de que Desaix redujera los últimos focos mamelucos en Asuán, Napoleón partió hacia Siria al frente de 13.000 hombres. Su primer objetivo era acabar cuanto antes con Djezzar Pacha —que estaba formando un ejército para reconquistar Egipto—, porque había recibido noticias de que los británicos pretendían desembarcar en su retaguardia a un contingente otomano. Pero no lo iba a tener fácil.

Atravesar el desierto del Sinaí supuso una difícil prueba que mermó la fuerza de sus hombres. El-Alrich fue tomada, pero tras diez días de combate. Poco después, en Jaffa volvieron a retrasarse sus planes por la fuerte resistencia de la guarnición otomana. Cuando esta se rindió, los franceses comprobaron que era la misma que dejaron libre en El-Alrich bajo promesa de no volver a tomar las armas. Por si fuera poco, se desató una epidemia de cólera que empezó a causar estragos entre la tropa francesa.

Una vez tomada Haifa sin resistencia, Napoleón, camino de Damasco, se dirigió a San Juan de Acre, viejo fortín de los cruzados. De nuevo los hombres de Djezzar Pacha ofrecieron resistencia. Napoleón sitió la ciudad. En una ocasión los franceses pudieron atravesar los muros y entrar en San Juan de Acre, pero las tropas de Djezzar repelieron el ataque. Los defensores contaban con el apoyo de la flota británica, que les suministraba víveres y munición. Uno de los hechos dramáticos del asedio fue que Djezzar Pacha, apodado el carnicero, mandó degollar a los cristianos de la ciudad como venganza.

Mientras combatía en San Juan de Acre, Napoleón desplegó distintas unidades por Palestina para hacerse con los puntos vitales de la región. Junot tomó Nazaret, pero tuvo que abandonarla para acudir en ayuda de Klébar, sitiado en el monte Tabor. Su apoyo iba a servir de poco, porque ambos contingentes sumaban 2.000 hombres frente a 25.000 árabes. Durante seis horas soportaron con valor sus ofensivas. Por suerte, cuando todo parecía perdido, irrumpió Napoleón con sus cañones y caballería y resolvió el peligro en media hora.

A continuación lanzó un nuevo ataque contra San Juan de Acre. Logró atravesar la primera línea de murallas, pero la segunda resultó infranqueable. En la acción estuvo a punto de morir el general Lannes. La falta de víveres y la desmoralización obligaron a Napoleón a levantar el cerco tras 62 días de asedio. El camino de vuelta a Egipto fue muy duro, por falta de agua y el continuo hostigamiento de las partidas árabes. Tuvo que abandonar a una treintena de sus hombres en estado terminal.


Pérdida y reconquista de Abukir

Napoleón llegó a El Cairo con 5.000 hombres menos. Sin posibilidad de recibir suministros y habiendo fracasado la campaña de Siria, se convenció de que llegar a la India era imposible. Por otro lado, la situación se iba deteriorando en Egipto. Crecía el malestar entre los agricultores egipcios por los excesivos impuestos, mientras las posiciones francesas diseminadas por el territorio y sus vías de comunicación eran continuamente hostigadas por partidas mamelucas.

Batalla de Abukir

Mientras esto ocurría, se estaba formando en Europa la Segunda Coalición para atacar a una Francia debilitada por tensiones políticas internas. Napoleón, viendo que no obtenía ningún rendimiento de la campaña egipcia y que estaba lejos de la metrópoli, temió quedarse al margen de un nuevo reparto de poder. Decidió regresar cuanto antes, pero cuando estudiaba la forma de hacerlo, recibió la noticia de que Nelson estaba cañoneando las defensas francesas en Abukir.

Había desembarcado un contingente otomano de 15.000 hombres bajo las órdenes de Mustafá Pachá que aniquilaron al batallón del general Marmont. Napoleón envió en su ayuda a 300 hombres que corrieron la misma suerte. Sintiéndose atrapado y sin posibilidad de retirada, ordenó que todas las tropas diseminadas en Egipto se reagrupasen para ser repatriadas. Pero antes era necesario recuperar Abukir.

File:Mustafa IV.jpg
Mustafa Pacha

Una vez reagrupado el ejército de Egipto, decidió atacar. Situó a los hombres de Lannes en el flanco derecho, a Kléber en el centro, a Desaix y Murat en la izquierda y a Davout en reserva. El ataque empezó con fuego artillero contra los buques anglo-otomanos, a los que obligó a retirarse. Una vez sin cobertura naval, Napoleón ordenó atacar, pero lo que no esperaba era que la resistencia otomana hiciera fracasar las cargas de Desaix y Murat.

Cuando Napoleón discutía con Desaix los planes a seguir, el pachá salió con sus hombres de sus posiciones y mandó cortar la cabeza de todo francés con que se topasen, estuviese vivo, muerto o herido. Tal espectáculo, en lugar de provocar el terror esperado, desató la ira de los franceses, que cargaron a la bayoneta. Lo hicieron de forma desordenada, pero la rabia les llevó a desbordar las posiciones otomanas en una guerra sin cuartel.

El pachá se hizo fuerte en el último bastión. Tras duros combates, la caballería de Murat logró tomarlo. Al capturar al pachá, Murat le amputó tres dedos de un sablazo, advirtiéndole que le seccionaría «partes más importantes» si volvía a decapitar a sus hombres.


Huida de Napoleón y rendición francesa

Ante la imposibilidad de retirarse, Napoleón entregó el mando a Kléber y decidió regresar a Francia. Partió con sus mejores generales a bordo de la fragata Muiron, burló el bloqueo británico y llegó a destino. En noviembre de 1799 —el 18 de brumario, según el calendario revolucionario—, daba el golpe de estado que puso fin al directorio y se encumbraba en el poder. Antes de partir, Napoleón le dijo a Kléber que resistiera hasta enero de 1800. Si en esa fecha no recibía refuerzos, munición y víveres de la metrópoli, podía rendirse.

Llegada la fecha sin haber obtenido ayuda, Kléber pactó la rendición con los otomanos el 24 de enero en El-Arish. Pero no llegó a buen puerto: los británicos rechazaron que las tropas francesas fueran evacuadas.

La situación se fue complicando. En primavera, una sublevación popular les expulsó de El Cairo, mientras los mamelucos continuaban hostigando sus posiciones militares. Aun así, Kléber, con un ejército desmotivado, minado por el cólera y sin munición suficiente, derrotó en Heliópolis al contingente otomano que se disponía a reconquistar Egipto. Además recuperó El Cairo, donde aplicó una dura represión.

Pero el 14 de junio fue asesinado por un joven musulmán, Solayman al Halabi. Le sustituyó al mando el general Menou, un pintoresco personaje que había tomado una egipcia como esposa y se había convertido el Islam. Menou pretendía hacer de Egipto un estado independiente bajo protectorado francés, lo que los británicos no admitieron. Éstos, a las órdenes del general Abercrombie, desembarcaron en Abukir y derrotaron a los franceses. Menou capituló al verse asediado en Alejandría. Los británicos se hicieron con todos los hallazgos del comité de sabios, incluida la piedra Rosetta. Cuando se entregaron los últimos reductos, uno de cada tres franceses de la expedición original había muerto.

File:Rosetta Stone.JPG
piedra roseta

Los historiadores no se ponen de acuerdo sobre el motivo de la aventura egipcia de Napoleón. Para unos, era viable el plan de tomar Egipto y Oriente Próximo y, desde allí, lanzarse a la conquista de la India para ahogar al Imperio Británico. Para otros, lo único que ansiaba Napoleón era emular a su admirado Alejandro Magno e incrementar su popularidad para acceder al poder, lo que logró pese al fracaso de la operación. Napoleón perdió infructuosamente en aquellas tierras a lo mejor de sus ejércitos, aunque ello tampoco le impidió conquistar Europa. Pasados dos siglos, quizá lo único positivo de aquella aventura, aunque no fuera el objetivo de Napoleón, es que sirvió para que Europa redescubriera las maravillas del antiguo Egipto y se diera un serio impulso a la Egiptología.

Napoleón Bonaparte


AUTOR

Milagritosde Fatima AcuñaVillanueva para ABC de la Historia

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