NAPOLEÓN BONAPARTE
Napoleón
nació el 15 de agosto de 1769 en Ajaccio, capital de la actual Córcega, en una
familia numerosa de ocho hermanos, la familia Bonaparte o, con su apellido
italianizado, Buonaparte. Cinco de ellos eran varones: José, Napoleón, Lucien,
Luis y Jerónimo. Las niñas eran Elisa, Paulina y Carolina. Al amparo de la
grandeza de Napolione -así lo llamaban en su idioma vernáculo-, todos iban a
acumular honores, riqueza, fama y a permitirse asimismo mil locuras. La madre,
María Leticia Ramolino, era una mujer de notable personalidad, a la que
Stendhal eligió por su carácter firme y ardiente.
Carlos
María Bonaparte, el padre, siempre con agobios económicos por sus inciertos
tanteos en la abogacía, sobrellevados gracias a la posesión de algunas tierras,
demostró tener pocas aptitudes para la vida práctica. Sus dificultades se
agravaron al tomar partido por la causa nacionalista de Córcega frente a su
nueva metrópoli, Francia; congregados en torno a un héroe nacional, Paoli, los
isleños la defendieron con las armas. A tenor de las derrotas de Paoli y la
persecución de su bando, la madre de Napoleón tuvo que arrostrar durante sus
primeros alumbramientos las incidencias penosas de las huidas por la abrupta
isla; de sus trece hijos, sólo sobrevivieron aquellos ocho. Sojuzgada la
revuelta, el gobernador francés, conde de Marbeuf, jugó la carta de atraerse a
las familias patricias de la isla. Carlos Bonaparte, que religaba sus ínfulas
de pertenencia a la pequeña nobleza con unos antepasados en Toscana, aprovechó
la oportunidad, viajó con una recomendación de Marbeuf hacia la metrópoli para
acreditarlas y logró que sus dos hijos mayores entraran en calidad de becarios
en el Colegio de Autun.
Los
méritos escolares de Napoleón en matemáticas, a las que fue muy aficionado y
que llegaron a constituir una especie de segunda naturaleza para él -de gran
utilidad para su futura especialidad castrense, la artillería-, facilitaron su
ingreso en la Escuela Militar de Brienne. De allí salió a los diecisiete años
con el nombramiento de subteniente y un destino de guarnición en la ciudad de
Valence.
Juventud revolucionaria
A
poco sobrevino el fallecimiento del padre y, por este motivo, el traslado a
Córcega y la baja temporal en el servicio activo. Su agitada etapa juvenil
discurrió entre idas y venidas a Francia, nuevos acantonamientos con la tropa,
esta vez en Auxonne, la vorágine de la Revolución, cuyas explosiones violentas
conoció durante una estancia en París, y los conflictos independentistas de
Córcega. En el agitado enfrentamiento de las banderías insulares, Napoleón se
creó enemigos irreconciliables, entre ellos el mismo Paoli, al romper éste con
la Convención republicana y decantarse el joven oficial por las facciones
afrancesadas. La desconfianza hacia los paolistas en la familia Bonaparte se
fue trocando en furiosa animadversión. Napoleón se alzó mediante intrigas con
la jefatura de la milicia y quiso ametrallar a sus adversarios en las calles de
Ajaccio. Pero fracasó y tuvo que huir con los suyos, para escapar al incendio
de su casa y a una muerte casi segura a manos de sus enfurecidos compatriotas.
Napoleón Bonaparte como primer Cónsul
Napoleón
mostraba una amenazadora propensión a ser la espada que ejecuta, el gobierno
que administra y la cabeza que planifica y dirige, tres personas en una misma
naturaleza de inigualada eficacia. Por ello, el Directorio columbró la
posibilidad de alejar esa amenaza aceptando su plan de cortar las rutas vitales
del poderío británico -las del Mediterráneo y la India- con una expedición a
Egipto. Así, el 19 de mayo de 1798 embarcaba rumbo a Alejandría, y dos meses
después, en la batalla de las pirámides, dispersaba a la casta de guerreros
mercenarios que explotaban el país en nombre de Turquía, los mamelucos, para
internarse luego en el desierto sirio. Pero todas sus posibilidades de éxito se
vieron colapsadas por la destrucción de la escuadra francesa en Abukir por
Nelson, el émulo inglés de Napoleón en los escenarios navales.
El
revés lo dejó aislado y consumiéndose de impaciencia ante las fragmentarias
noticias que recibía de Europa. Allí la segunda coalición de las potencias
monárquicas había recobrado las conquistas de Italia y la política interior
francesa hervía de conjuras y candidatos a asaltar un Estado en el que la única
fuerza estabilizadora que restaba era el ejército. Por fin se decidió a
regresar a Francia en el primer barco que pudo sustraerse al bloqueo de Nelson,
recaló de paso en su isla natal y nadie se atrevió a juzgarle por deserción y
abandono de sus tropas, mientras subía otra vez de Córcega a París, ahora como
héroe indiscutido.
Primer Cónsul
En
pocas semanas organizó el golpe de estado del 18 Brumario (según la nueva
nomenclatura republicana del calendario: el 9 de noviembre) con la colaboración
de su hermano Luciano, el cual le ayudó a disolver la Asamblea Legislativa del
Consejo de los Quinientos en la que figuraba como presidente. Era el año de
1799. El golpe barrió al Directorio, a su antiguo protector Barras, a las
cámaras a los últimos clubes revolucionarios, a todos los poderes existentes e
instauró el Consulado: un gobierno provisional compartido en teoría por tres
titulares, pero en realidad cobertura de su dictadura absoluta, sancionada por
la nueva Constitución napoleónica del año 1800.
Aprobada
bajo la consigna de «la Revolución ha terminado», la nueva Constitución
restablecía el sufragio universal que había recortado la oligarquía
termidoriana, sucesora de Robespierre. En la práctica, calculados mecanismos
institucionales cegaban los cauces efectivos de participación real a los
electores, a cambio de darles la libertad de que le ratificasen en
entusiásticos plebiscitos. El que validó su ascensión a primer cónsul al cesar
la provisionalidad, arrojó menos de dos mil votos negativos entre varios
millones de papeletas. Pero Napoleón no se contentó con alargar luego esta
dignidad a una duración de diez años, sino que en 1802 la convirtió en
vitalicia. Era poco todavía para el gran advenedizo que embriagaba a Francia de
triunfos después de haber destruido militarmente a la segunda coalición en
Marengo, y emprendía una deslumbrante reconstrucción interna.
Napoleón, Emperador
La
heterogénea oposición a su gobierno fue desmantelada mediante drásticas
represiones a derecha e izquierda, a raíz de fallidos atentados contra su
persona; el ejemplo más amedrentador fue el secuestro y ejecución de un
príncipe emparentado con los Borbones depuestos, el duque de Enghien, el 20 de
marzo de 1804. El corolario de este proceso fue el ofrecimiento que le hizo el
Senado al día siguiente de la corona imperial. La ceremonia de coronación se
llevó a cabo el 2 de diciembre en Notre Dame, con la asistencia del papa Pío
VII, aunque Napoleón se ciñó la corona a sí mismo y después la impuso a
Josefina; el pontífice se limitó a pedir que celebrasen un matrimonio
religioso, en un sencillo acto que se ocultó celosamente al público. Una nueva
Constitución el mismo año afirmó aún más su autoridad omnímoda.
Aquí como emperador de Francia
La
historia del Imperio es una recapitulación de sus victorias sobre las
monarquías europeas, aliadas en repetidas coaliciones contra Francia y
promovidas en último término por la diplomacia y el oro ingleses. En la batalla
de Austerlitz, de 1805, abatió la tercera coalición; en la de Jena, de 1806,
anonadó al poderoso reino prusiano y pudo reorganizar todo el mapa de Alemania
en la Confederación del Rin, mientras que los rusos eran contenidos en
Friendland, en 1807. Al reincidir Austria en la quinta coalición, volvió a
destrozarla en Wagram en 1809.
Nada
podía resistirse a su instrumento de choque, la Grande Armée (el 'Gran
Ejército'), y a su mando operativo, que, en sus propias palabras, equivalía a
otro ejército invencible. Cientos de miles de cadáveres de todos los bandos
pavimentaron estas glorias guerreras. Cientos de miles de soldados
supervivientes y sus bien adiestrados funcionarios, esparcieron por Europa los
principios de la Revolución francesa. En todas partes los derechos feudales
eran abolidos junto con los mil particularismos económicos, aduaneros y
corporativos; se creaba un mercado único interior, se implantaba la igualdad
jurídica y política según el modelo del Código Civil francés, al que dio nombre
-el Código Napoleón, matriz de los derechos occidentales, excepción hecha de
los anglosajones-; se secularizaban los bienes eclesiásticos; se establecía una
administración centralizada y uniforme y la libertad de cultos y de religión, o
la libertad de no tener ninguna. Con estas y otras medidas se reemplazaban las
desigualdades feudales -basadas en el privilegio y el nacimiento- por las
desigualdades burguesas -fundadas en el dinero y la situación en el orden
productivo-.
Se corono así mismo Emperador
La
obra napoleónica, que liberó fundamentalmente la fuerza de trabajo, es el sello
de la victoria de la burguesía y puede resumirse en una de sus frases: «Si
hubiera dispuesto de tiempo, muy pronto hubiese formado un solo pueblo, y cada
uno, al viajar por todas partes, siempre se habría hallado en su patria común».
Esta temprana visión unitarista de Europa, quizá la clave de la fascinación que
ha ejercido su figura sobre tan diversas corrientes historiográficas y
culturales, ignoraba las peculiaridades nacionales en una uniformidad supeditada
por lo demás a la égida imperialista de Francia. Así, una serie de principados
y reinos férreamente sujetos, mero glacis defensivo en las fronteras, fueron
adjudicados a sus hermanos y generales. El excluido fue Luciano Bonaparte, a
resultas de una prolongada ruptura fraternal.
A
las numerosas infidelidades conyugales de Josefina durante sus campañas, por lo
menos hasta los días de la ascensión al trono, apenas había correspondido
Napoleón con algunas aventuras fugaces. Éstas se trocaron en una relación de
corte muy distinto al encontrar en 1806 a la condesa polaca María Walewska, en
una guerra contra los rusos; intermitente, pero largamente mantenido el amor
con la condesa, satisfizo una de las ambiciones napoleónicas, tener un hijo,
León. Esta ansia de paternidad y de rematar su obra con una legitimidad
dinástica se asoció a sus cálculos políticos para empujarle a divorciarse de
Josefina y solicitar a una archiduquesa austriaca, María Luisa, emparentada con
uno de los linajes más antiguos del continente.
Sin
otro especial relieve que su estirpe, esta princesa cumplió lo que se esperaba
del enlace, al dar a luz en 1811 a Napoleón II -de corta y desvaída existencia,
pues murió en 1832-, proclamado por su padre en sus dos sucesivas abdicaciones,
pero que nunca llegó a reinar. Con el tiempo, María Luisa proporcionó al
emperador una secreta amargura al no compartir su caída, ya que regresó al lado
de sus progenitores, los Habsburgo, con su hijo, y en la corte vienesa se hizo
amante de un general austriaco, Neipperg, con quien contrajo matrimonio en
segundas nupcias a la muerte de Napoleón.
El ocaso
El
año de su matrimonio con María Luisa, 1810, pareció señalar el cenit
napoleónico. Los únicos Estados que todavía quedaban a resguardo eran Rusia y
Gran Bretaña, cuya hegemonía marítima había sentado de una vez por todas Nelson
en Trafalgar, arruinando los proyectos mejor concebidos del emperador. Contra
esta última había ensayado el bloqueo continental, cerrando los puertos y rutas
europeos a las manufacturas británicas. Era una guerra comercial perdida de
antemano, donde todas las trincheras se mostraban inútiles ante el activísimo
contrabando y el hecho de que la industria europea aún estuviese en mantillas
respecto de la británica y fuera incapaz de surtir la demanda. Colapsada la
circulación comercial, Napoleón se perfiló ante Europa como el gran estorbo
económico, sobre todo cuando las mutuas represalias se extendieron a los países
neutrales.
El
bloqueo continental también condujo en 1808 a invadir Portugal, el satélite
británico, y su llave de paso, España. Los Borbones españoles fueron
desalojados del trono en beneficio de su hermano José, y la dinastía portuguesa
huyó a Brasil. Ambos pueblos se levantaron en armas y comenzaron una doble
guerra de Independencia que los dejaría destrozados para muchas décadas, pero
fijaron y diezmaron a una parte de la Grande Armée en una agotadora lucha de
guerrillas que se extendió hasta 1814, doblada en las batallas a campo abierto
por un moderno ejército enviado por Gran Bretaña.
La
otra parte del ejército, en la que había enrolado a contingentes de las
diversas nacionalidades vencidas, fue tragada por las inmensidades rusas. En la
campaña de 1812 contra el zar Alejandro I, Napoleón llegó hasta Moscú, pero en
la obligada retirada perecieron casi medio millón de hombres entre el frío y el
hielo del invierno ruso, el hambre y el continuo hostigamiento del enemigo.
Toda Europa se levantó entonces contra el dominio napoleónico, y el sentimiento
nacional de los pueblos se rebeló dando soporte al desquite de las monarquías;
hasta en Francia, fatigada de la interminable tensión bélica y de una creciente
opresión, la burguesía resolvió desembarazarse de su amo.
La
batalla resolutoria de esta nueva coalición, la sexta, se libró en Leipzig en
1813, la «batalla de las Naciones», una de las grandes y raras derrotas de
Napoleón. Fue el prólogo de la invasión de Francia, la entrada de los aliados
en París y la abdicación del emperador en Fontainebleau, en abril de 1814,
forzada por sus mismos generales. Las potencias vencedoras le concedieron la
soberanía plena sobre la minúscula isla italiana de Elba y restablecieron en su
lugar a los Borbones, arrojados por la Revolución, en la figura de Luis XVIII.
Su
estancia en Elba, suavizada por los cuidados familiares de su madre y la visita
de María Walewska, fue comparable a la de un león enjaulado. Tenía cuarenta y
cinco años y todavía se sentía capaz de hacer frente a Europa. Los errores de
los Borbones, que a pesar del largo exilio no se resignaban a pactar con la
burguesía, y el descontento del pueblo le dieron ocasión para actuar.
Desembarcó en Francia con sólo un millar de hombres y, sin disparar un solo
tiro, en un nuevo baño triunfal de multitudes, volvió a hacerse con el poder en
París.
Pero
fue completamente derrotado en junio de 1815 por los vigilantes Estados
europeos -que no habían depuesto las armas, atentos a una posible
revigorización francesa- en Waterloo y puesto nuevamente en la disyuntiva de
abdicar. Así concluyó su segundo período imperial, que por su corta duración se
ha llamado de los Cien Días (de marzo a junio de 1815). Se entregó a los
ingleses, que le deportaron a un perdido islote africano, Santa Elena, donde
sucumbió lentamente a las iniquidades de un tétrico carcelero, Hudson Lowe.
Antes de morir, el 5 de mayo de 1821, escribió unas memorias, el Memorial de
Santa Elena, en las que se describió a sí mismo tal como deseaba que le viese
la posteridad. Ésta aún no se ha puesto de acuerdo sobre su personalidad mezcla
singular del bronco espadón cuartelero, el estadista, el visionario, el
aventurero y el héroe de la antigüedad obsesionado por la gloria.
CRONOLOGIA DE UN GENIO
MILITAR
1769 Nace en Ajaccio (Córcega).
1784 Cadete en la Escuela Militar de Brienne.
1785 Termina sus estudios en la Escuela Militar
de París.
1789 Participa en la insurrección de Córcega.
1793 Obtiene el ascenso a general de brigada, por
sus méritos de guerra.
1795 Salva a la Convención Nacional (el gobierno revolucionario
republicano francés) de una insurrección parisina.
1796 Nombrado general en jefe del ejército de Italia, obtiene
numerosas victorias. Se casa con Josefina de Beauharnais.
1798-99 Campañas de Italia y Egipto.
1799 Fracasa en la conquista de Siria y regresa a Francia. Toma el
poder en Francia mediante un golpe de estado. Es nombrado Primer Cónsul, con lo
que pasaba a ser el principal gobernante de Francia, con poderes dictatoriales.
1800 Vence a Austria en la batalla de Marengo y consolida sus
conquistas en el norte de Italia. Nueva Constitución.
1802 Es nombrado en Cónsul Vitalicio.
1804 Coronado emperador de los franceses en Notre
Dame.
1805 Derrota a Austria y a Rusia en la batalla de
Austerlitz.
1806 Establece la Confederación del Rin y pasa a controlar Polonia.
Crea el Sistema Continental, destinado a bloquear y arruinar el comercio
inglés.
1807 Invade Portugal.
1808 Nombra rey de España a su hermano, José I. Guerra de
Independencia de España y Portugal, que se prolongará seis años.
1809 Se anexiona Roma y los Estados Pontificios. Anulación de su
matrimonio con Josefina.
1810 Matrimonio con la archiduquesa María Luisa de Austria, hija del
emperador Francisco I.
1812 Desastrosa campaña en Rusia.
1814 Abdica como emperador y se exilia en la isla
de Elba.
1815 Escapa de Elba, regresa a Francia y toma el poder. Las
coaliciones europeas consiguen vencerle en Waterloo. Es deportado a la isla
africana de Santa Elena.
1821 Muere en la isla de Santa Elena.
LAS BATALLAS DE
NAPOLEON BONAPARTE
Las
batallas libradas desde 1799 hasta 1815 entre Francia y varias naciones
europeas son ya históricamente conocidas como las Guerras Napoleónicas. Estos
enfrentamientos militares fueron una continuación de las guerras mantenidas por
Francia en Europa durante la Revolución Francesa (1789-1799). En ellas brilló
el talento estratega de Napoleón Bonaparte. Durante los años que había pasado
en guarniciones de provincias (Valence y Auxonne), había aprovechado su tiempo
para ampliar su preparación militar (profundizó en sus estudios de matemáticas,
artillería y táctica militar); entró entonces, además, en conocimiento de los
pensadores políticos clásicos (en especial Maquiavelo y Montesquieu) y
descubrió su pasión por la historia (le deslumbraron las biografías de
Alejandro, de Julio César y en especial la de Federico II).
Campaña de Egipto
La Primera Coalición
Durante
la guerra de la Primera Coalición (1793-1797), Francia luchó contra la alianza
formada por Austria, Prusia, Gran Bretaña, España, las Provincias Unidas
(actuales Países Bajos) y el reino de Cerdeña. El gobierno francés -el
Directorio- confió a Napoleón la dirección de las operaciones militares contra
las tropas austriacas en el norte de Italia en 1796. En menos de un año,
Napoleón había vencido a las fuerzas de Austria, superiores en número. En 1798,
se le asignó el mando de una expedición que tenía como objetivo conquistar
Egipto para cortar la ruta británica a la India. La invasión fracasó tras la
batalla del Nilo y Napoleón regresó a Francia. Aunque ambas campañas se
produjeron durante el régimen del Consulado, antes de la asunción del poder por
Bonaparte, suelen ser consideradas como la primera fase de las Guerras
Napoleónicas. Fue en ellas donde el líder francés desplegó por primera vez a
gran escala su talento como jefe militar.
La segunda coalición
La
victoria de Napoleón en la campaña contra los austriacos en el norte de Italia
puso fin a la Primera Coalición. No obstante, durante su estancia en Egipto se
formó la Segunda Coalición (24 de diciembre de 1798) integrada por Rusia, Gran
Bretaña, Austria, el reino de Nápoles, Portugal y el Imperio otomano. Las
batallas principales de la guerra de la Segunda Coalición, que se inició a
finales de 1798, tuvieron lugar en el norte de Italia y en Suiza al año
siguiente. Los austriacos y los rusos, dirigidos por el general Alexandr
Suvórov, vencieron a los franceses en el norte de Italia en las batallas de
Magnano (5 de abril de 1799), Cassano (27 de abril), el Trebbia (17-19 de
junio) y Novi (el 15 de agosto). La Coalición también tomó Milán; abolió la
República Cisalpina, que se había constituido bajo los auspicios del gobierno
francés en 1797; ocupó Turín y privó a Francia de sus anteriores conquistas en
Italia.
El
resultado de la lucha en Suiza fue más favorable para los franceses. Tras ser
derrotados en Zurich (7 de junio) por Carlos de Habsburgo, archiduque de
Austria, las fuerzas francesas dirigidas por el general André Masséna vencieron
a las tropas rusas del general Alexander Korsakov el 26 de septiembre. Suvórov
y sus fuerzas abandonaron el norte de Italia atravesando los Alpes para unirse
a Korsakov en Suiza, donde sus tropas se habían dispersado tras ser vencidas.
El ejército de Suvórov hubo de refugiarse en las montañas del cantón de los
Grisones, donde quedó diezmado a causa del frío y el hambre. Los rusos se
retiraron de la Segunda Coalición el 22 de octubre alegando como motivo la
falta de cooperación de los austriacos.
Retirada del Gran Corso de Rusia
Cuando
Napoleón regresó a Francia procedente de Egipto en octubre de 1799, pasó a ser
el líder del Consulado y ofreció la paz a los aliados. La Coalición rechazó
esta propuesta y Napoleón planeó una serie de ataques contra Austria para la
primavera de 1800. Bonaparte se adentró en Italia cruzando los Alpes con un
nuevo ejército formado por 40.000 hombres y venció a los austriacos en la
batalla de Marengo el 14 de junio. Mientras tanto, las tropas francesas del
general Jean Victor Moreau habían penetrado en el sur de Alemania atravesando
el Rin y tomando Munich. Moreau también había derrotado a las fuerzas
austriacas del archiduque de Austria Juan de Habsburgo en la batalla de
Hohenlinden, que tuvo lugar en Baviera el 3 de diciembre, y se había aproximado
a la ciudad de Linz (Austria).
Las
victorias francesas obligaron a firmar a Austria el Tratado de Lunéville el 9
de febrero de 1801, por el que Austria y sus aliados alemanes cedían la orilla
izquierda del río Rin a Francia y reconocían a las repúblicas Bátava,
Helvética, Cisalpina y Ligur, además de realizar otras concesiones. Asimismo,
este tratado marcó la disolución de la Segunda Coalición. El único aliado que
continuó la lucha contra Francia fue Gran Bretaña. Las tropas británicas se
habían enfrentado sin éxito contra las francesas en territorio holandés en
1799, pero habían conquistado algunas posesiones francesas de Asia y otros
lugares. Gran Bretaña firmó el 27 de marzo de 1802 la Paz de Amiens con
Francia.
No
obstante, esta paz resultó ser una mera suspensión de las hostilidades. En 1803
se produjo una disputa entre ambos países a propósito de la cláusula del
acuerdo que establecía la restitución de la isla de Malta a la orden de los
Caballeros de San Juan de Jerusalén. Gran Bretaña se negó a entregar la isla,
por lo que estalló una nueva guerra contra los franceses. Una importante
consecuencia de este conflicto fue que Napoleón abandonó su proyecto de
establecer un gran imperio colonial francés en Norteamérica, al verse obligado
a concentrar sus recursos en Europa. Así pues, vendió Luisiana a Estados
Unidos. En 1805, Austria, Rusia y Suecia se unieron al conflicto en apoyo del
bando británico, y España se alió con Francia; este fue el inicio de la guerra
de la Tercera Coalición.
La
Tercera Coalición
Napoleón
se apresuró a tomar medidas contra la nueva alianza. Había ejercido una gran
presión sobre Gran Bretaña desde 1798 al mantener a un ejército concentrado en
Boulogne -a orillas del canal de la Mancha-, que hacía pensar a los británicos
que se preparaba una invasión de Inglaterra. Bonaparte aumentó
considerablemente el número de fuerzas destacadas en Boulogne cuando comenzaron
las disensiones que hicieron estallar la guerra en 1803. Tras la formación de
la Tercera Coalición contra Francia, sus tropas abandonaron Boulogne para
enfrentarse a los austriacos, que habían invadido Baviera con un ejército
dirigido por Fernando III, el gran duque de la Toscana, y el general Karl Mack
von Leiberich. Varios estados alemanes, entre los que se contaban Baviera,
Württemberg y Baden, se aliaron con Francia. Napoleón derrotó a las fuerzas de
Austria en Ulm, capturó a 23.000 prisioneros y, a continuación, marchó con sus
tropas a lo largo del Danubio y conquistó Viena.
Los
ejércitos rusos, liderados por el general Mijaíl Kutúzov y Alejandro I,
emperador de Rusia, respaldaron a los austriacos, pero Bonaparte venció a las
fuerzas austro-rusas en la batalla de Austerlitz, también denominada de los
Tres Emperadores. Austria se rindió nuevamente y firmó el Tratado de Presburgo
el 26 de diciembre de 1805. Una de las cláusulas del acuerdo estipulaba que
Austria debía entregar a Francia la zona del norte de Italia y a Baviera parte
del propio territorio austriaco; asimismo, Austria reconoció a los ducados de
Württemberg y Baden como reinos.
La Confederación del Rin
Dado
que las tropas del general Masséna habían derrotado al ejército austriaco
mandado por Carlos de Habsburgo en Italia, Napoleón aprovechó esta situación
para nombrar a su hermano, José I, rey de Nápoles en 1806; asimismo, nombró a
otro de sus hermanos, Luis I Bonaparte, rey de Holanda (la antigua República
Bátava); el 12 de julio estableció la Confederación del Rin, constituida
finalmente por todos los estados alemanes a excepción de Austria, Prusia,
Brunswick y Hesse.
La
formación de esta entidad política puso fin al Sacro Imperio Romano Germánico y
casi toda Alemania quedó bajo el control de Bonaparte. No obstante, los éxitos
en el continente quedaron contrarrestados en gran medida por la derrota que el
almirante británico Horatio Nelson infligió a la fuerza conjunta de la flota
francesa y española frente a las costas del cabo de Trafalgar el 21 de octubre
de 1805. Napoleón implantó en 1806 el denominado Sistema Continental por el que
los puertos de toda Europa quedaban cerrados al comercio británico. La
superioridad naval de los británicos dificultó la aplicación del Sistema
Continental e hizo fracasar la política económica europea de Bonaparte.
La Cuarta Coalición
Prusia,
ante el incremento de poder de Francia en Alemania, se unió a la Cuarta
Coalición compuesta por Gran Bretaña, Rusia y Suecia en 1806. Bonaparte aplastó
a las tropas prusianas en la batalla de Jena el 14 de octubre de ese mismo año
y tomó Berlín. A continuación, derrotó a los rusos en la batalla de Friedland y
obligó a firmar la paz a Alejandro I.
De
acuerdo con las principales condiciones del Tratado de Tilsit, Rusia tuvo que
entregar sus posesiones polacas y aliarse con Francia, mientras que Prusia perdió
casi la mitad de su territorio, tuvo que hacer frente a cuantiosas
indemnizaciones y se le impusieron severas restricciones al tamaño de su
ejército permanente. Rusia y Dinamarca emprendieron una acción militar contra
Suecia que obligó a su monarca, Gustavo IV Adolfo, a abdicar en favor de su
tío, Carlos XIII, a condición de que éste nombrara como su heredero al general
Jean Baptiste Jules Bernadotte, uno de los mariscales de Napoleón. Bernadotte
fue coronado en 1818 con el nombre de Carlos XIV Jean-Baptiste Bernadotte y fue
el fundador de la dinastía actual sueca.
El Nacionalismo antinapoleónico
En
1808, Napoleón dominaba toda Europa, a excepción de Rusia y Gran Bretaña. Las
principales razones del posterior declive fueron el surgimiento del espíritu
nacionalista en varias de las naciones europeas derrotadas y la persistente
oposición de Gran Bretaña, que, a salvo ya de una invasión gracias a la
superioridad de su armada, no cesó de organizar y financiar nuevas coaliciones
contra Napoleón.
España
fue la primera nación en la que Bonaparte tuvo que hacer frente a las
insurrecciones nacionalistas que provocaron su caída. El emperador francés,
después de haber destronado al rey Carlos IV de España, nombró a su hermano
José Bonaparte rey de este país en 1808. Los españoles se rebelaron y
expulsaron al nuevo gobernante de Madrid. Se desató la guerra de la
Independencia española (1808-1814) entre los franceses, que intentaban
restaurar a José I Bonaparte en el trono, y los españoles, apoyados por las
fuerzas británicas mandadas por Arthur Colley Wellesley, duque de Wellington.
Los
franceses fueron derrotados, y el número de bajas que sufrieron perjudicó
seriamente a Napoleón cuando se vio obligado a hacer frente a sus nuevos
enemigos del este y el norte de Europa. Su primera oponente era Austria, que se
unió a Gran Bretaña para formar la Quinta Coalición en 1809. El emperador
francés derrotó a los austriacos en Wagram (julio de 1809) y les obligó a
firmar el Tratado de Viena, por el cual Austria perdió Salzburgo, parte de
Galitzia y grandes áreas de sus territorios del sur de Europa. Asimismo, se
divorció de su primera mujer y contrajo matrimonio con la hija de Francisco II
de Austria, con la vana esperanza de que este país no participara en nuevas
coaliciones contra él.
La derrota de Napoleón
En
1812, Francia y Rusia entraron en guerra porque Alejandro I se negaba a aplicar
el Sistema Continental. Dado que gran parte de sus hombres se encontraban en
España, Napoleón invadió Rusia sólo con 500.000 hombres. Derrotó a los rusos en
Borodino y conquistó Moscú el 14 de septiembre de 1812. Los rusos invadieron la
ciudad, impidiendo así a las tropas francesas establecer allí cuarteles de
invierno. Abandonaron Rusia y se adentraron en Alemania, pero la mayoría de los
hombres murieron a lo largo del camino a causa del frío, el hambre y los
ataques de la guerrilla rusa.
El
Imperio Ruso se unió entonces a la Quinta Coalición, de la que también formaban
parte Prusia, Gran Bretaña y Suecia. Prusia, en un estallido de fervor
nacionalista provocado por las reformas políticas y económicas que se habían
implantado desde la derrota de Jena, inició la guerra de Liberación contra
Napoleón en 1813. Éste consiguió su última victoria importante en la batalla de
Dresde, donde el ejército francés derrotó a las fuerzas conjuntas de Austria,
Prusia y Rusia el 27 de agosto de 1813. Sin embargo, durante el mes de octubre,
Napoleón se vio forzado a replegarse sobre el Rin tras la batalla de Leipzig,
quedando liberados los estados alemanes. Los ejércitos rusos, austriacos y
prusianos invadieron Francia desde el norte al año siguiente y tomaron París en
marzo de 1814; Napoleón abdicó y hubo de exiliarse en la isla de Elba, situada
en el mar Mediterráneo.
Los
miembros de la Quinta Coalición se reunieron en el Congreso de Viena para
restaurar a las monarquías que Napoleón había derrocado en Europa. Sin embargo,
mientras trazaban el nuevo mapa europeo, Bonaparte consiguió escapar de Elba,
se dirigió a Francia, donde se apresuró a formar un ejército; tras vencer en
Ligny y fracasar en Quatre-Bras, el 18 de junio de 1815 fue definitivamente
derrotado en la batalla de Waterloo, que puso fin a las Guerras Napoleónicas.